jueves, 19 de noviembre de 2009


Alrededor todo estaba oscuro ya,
no había luces iluminando la calle así que recurrí a mi lámpara de bolsillo.
El suelo estaba húmedo gracias a la llovizna que había caído por la tarde.
Mis zapatos se hundían en el lodo tras cada paso, pero eso no me detuvo, había un largo camino que recorrer. Caminé durante 15 minutos cuando mi subconciente me advirtió no continuar.
Había llegado a un punto en el camino en que ni el sonido del viento se escuchaba. El cantar de los grillos y ranas sonaban lejanos, como el eco en una amplia y solitaria galería. Mi lámpara parpadeaba sin cesar y el frío que acompañaba la noche me caló hasta entumecer los dedos de mis pies bajo varios pares de calcetines.
Intuitivamente caminé a prisa de regreso por el mismo lugar por el que había venido, sin embargo y por el sonido cada vez mas lejano de los animalillos, supe que no iba por el lado correcto. Aceleré aun más el paso, tragando el aire helado que comenzaba a cortarme la garganta pero no lograba ver aun las luces del pueblo. De pronto me encontré corriendo, sin saber en qué momento mi caminar llegó a ese punto, pero no me detuve a pensar en eso, pues lo único que importaba era hallar un refugio fuera del ambiente siniestro en que me encontraba.
Mi lámpara se apagó aunque después de unos golpecitos funcionó de nuevo, busqué una pila de repuesto en mi bolsillo y la cambié rápidamente, por lo menos así iluminaba mejor.. retomé mi camino, el camino eterno, el camino oscuro que al final me llevaría a mi hogar...pero me encontraba en el camino equivocado.
Jamás decidí tomarlo ni tampoco pude regresar de él, sólo pude avanzar y avanzar, hasta toparme conmigo mismo, de nuevo, en el punto en el que mi conciencia me advirtió detenerme, pero no pudo evitar que mi cuerpo siguiera. Ahí estaba yo, yaciendo en el húmedo suelo, con los ojos abiertos y sin brillo, derrumbado cual roca, cual cuerpo sin vida.

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